Mi Madrid yo diría que se acabó hacia 1980; hasta ahí todo me es familiar y querido. Lo que vino después ya apenas lo conozco. Pero Madrid es y será eso: mi Madrid de entonces, con su peculiar aire serrano; esa ofrenda visual de sus calles, bulevares (¿queda todavía alguno?), sus sorprendentes plazoletas, monumentos, bares y ese tipo medio de madrileño afable, indisciplinado y generoso; una mezcla fascinante y atrayente. Por eso no sorprende que todo el que llega de un pueblo de España a Madrid a los pocos años se sienta un madrileño más, quien con su llegada enriquece la Capital misma, al tiempo que ésta le acoge y modela como a uno de sus hijos. Por eso es tan sincero el grito de “¡Viva Madrid, que es mi pueblo!”