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Es sabido que en la vida de nuestro Señor hubo dos purificaciones del templo, la primera, al principio de su ministerio y la segunda, pocos días antes de su muerte.
“¡Fuera!” Dijo con voz estruendosa, “¡Fuera de la casa de mi Padre! ¡Ustedes han profanado este lugar santo, habiendo convertido esta casa de oración en un mercado de comercio!”.
Fue una de las experiencias más dolorosas de todo su ministerio pero él no podía quedarse impávido y permitir que la casa de su Padre se convirtiera en una cueva de ladrones religiosos.
¿Estamos dispuestos a compartir con Cristo en este aspecto de sus sufrimientos hoy día?
¿Compartimos su dolor al ver una vez más que la casa de Dios ha sido entregada a los mercaderes?
¿Nos escandalizaremos por el comercialismo horrendo del evangelio?
¿Sentiremos su ira en contra de la venta de cosas espirituales lo suficiente como para retirarnos de esas actividades?
¿Sentimos su dolor lo suficiente como para renunciar a los ministerios que como molinos producen mercadería sólo con el propósito de hacer dinero?
¿Podemos compartir sus sufrimientos en este punto lo suficiente como para levantarnos en contra de aquéllos que convierten la casa de Dios en un teatro o en un centro de entretenimiento para promotores?
¿Podemos dolernos por todas las ganancias excesivas que se consiguen con el nombre de Jesús?
¿Podemos apartar nuestros ojos del dinero y ponerlos de vuelta en la cruz?
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21 авг 2024