En la segunda década del siglo XX, con una ciudad en pleno auge económico y desarrollándose en el área del Ensanche, empezó a surgir la idea de una zona de esparcimiento fuera del núcleo urbano pero, a la vez, suficientemente cercana como para no requerir grandes desplazamientos. Las referencias estaban en ciudades como Barcelona o San Sebastián que habían realizado ya experiencias similares a través del Tibidabo o Monte Igueldo. Y se puso la mirada en el monte Artxanda, que forma parte de una de las dos cadenas montañosas que delimitan el curso de la Ría, y que ya había empezado a ser visitado por los bilbaínos que se acercaban a sus populares txakolís.
Tras varios proyectos previos que no llegaron a ejecutarse por fin, en 1915, vieron la luz de forma simultánea una edificación y una instalación estrechamente vinculadas entre sí: el Casino y el Funicular de Artxanda.
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14 июн 2020
