Nada es tan esperado en la Falda del Cauca como el momento en el que Gustavo y Jalisco bajan por la media loma para entregar, casa por casa, los encargos que les hace media vereda. El viaje es una meditación silenciosa por los caminos de ese paraje que se levanta desde el cañón del río hasta los farallones y cuchillas montañosas, en los que se escuchan los cascos ligeros de Jalisco y la conversa desprevenida de Gustavo.
Podría decirse que es el último vecino que queda en pie en esta vereda del corregimiento La Otramina, en Titiribí, donde dos siglos atrás, a punta de vetas, hornos de reverberos y fundiciones, se forjó la fortuna más grande de Antioquia en esos tiempos, la del matrimonio entre Coriolano Amador y Lorenza Uribe. Hasta banco propio tuvo el emporio.
Del esplendor de otrora no queda ni rastro en la senda que recorren Gustavo, de 74 años, y Jalisco, emisarios para ir al pueblo, comprar los víveres, las pipetas de gas, el abono para los palos de café y los cultivos, los bultos de cemento y hasta la leña.
Todo va bien amarrado, con las mismas vueltas que a veces da la vida, en la enjalma del animal que de tanto andar ya perdió el afán.
-Siempre hay una primera vez, Maruja. Venga para que salga por el talavasor, dice Gustavo, que se equivoca adrede para que su vecina se ría. -Toca dejar la pipeta bien templada, la última vez se volteó con enjalma y todo por allá abajo. Había quedado floja la cincha, recuerda Gustavo.
En la casa de Maruja arranca el camino para la Falda del Cauca. Gustavo llega a la carretera, amarra suelto a Jalisco para que pueda pastar y se va al pueblo a comprar los encargos. Un hijo le regaló el caballo hace cinco años para que pudiera esquivar el pantanero en invierno, cuando el agua escurre desde lo alto y anega el paso.
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25 сен 2024