Kaoshipnótico / ¿Lo ves? 

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Música, Kaoshipnótico.
Imagen, Trenes Argentinos Ferrocarril Sarmiento, Marcos Paz.
A veces, por un momento, siento tristeza por esa gente, la de los andenes. Esos que intentan evitar que suba al tren agrupándose en las cercanías de las subidas, que retienen al viajante, llenan de bolsos el camino y ocupan la estrecha escalera, puerta y pasillos volviéndose una barricada humana en un clima de histeria, hablan todos juntos a los gritos en un intento de invadir mi mente y que minutos antes de partir protagonizan esa exhibición atroz cerca de las ventanillas herméticamente cerradas. Siempre elijo la butaca de la ventanilla, lugar que ocupo sin excepción como si fuera un asiento en primera fila de un espectáculo del que no quiero perderme detalle. Los miro a través del vidrio y dibujo fractales en sus caras, se que pronto desaparecerán, no estarán, como si fueran parte de un sueño. Los veo grises, podridos y de almas marchitas como cadáveres que se resisten.
Víctimas de una maldición que los limita pretenden abducir al pasajero.
Empieza el viaje y la parte más intensa del ritual, esa majestuosa actuación del dolor, los veo llorar, correr a la par del tren, agitar los brazos, sus caras de muertos se deforman, sus cuerpos más aún como si fueran serpientes mutando hacia algún ave salpicando de menstruación por sus aguijones y carne pútrida dejando adivinar un olor asqueroso que traspasa sus mechones de pelos y plumas contaminados dejando ver la sarna en sus cuerpos y sus huesos blanqueados por el sol. Las emociones lo convierten en monstruos, que a los pocos metros ya no identifican a quien despiden, que olvidaron la dignidad cuando empezaron a correr tras el tren y les da igual mostrar su desesperación que se funde con su desaparición y piensan que en su desesperación todos los que nos movemos debemos contagiarnos o conmovernos de sus espasmos emocionales, únicos signos vitales.
Siempre estarán ahí en el mismo lugar, a la misma hora, interpretando el mismo papel, papel que no se atreverán a cambiar ni un detalle por miedo a ser expulsados de su escenario, anden o silla. Nunca cruzarán la frontera, nunca viajarán en el mismo tren que yo aunque lo intentaron pero se bajaron en la primera estación.
Veo pasar edificios iluminados con sus habitantes anónimos atrapados en concreto, también quedan atrás, fueron sus luces algo que me llamó la atención por un momento, por un instante mientras se oía la sirena del bólido que los pulverizaba en el tiempo y espacio.
Entonces esas imágenes comienzan a ser una historia, rápida, que desaparece al poco de nacer y le sigue una y otra en una especie de collage musicalizados por los hierros del tren. Cut up Kaoshipnótico. ¡Que desaparecieran todos fue un gran alivio!
La tristeza que me dan estos personajes duran tanto como su imagen, el viaje empieza,la ciudad queda atrás con sus mentiras, el tren entra en la noche, abre sus brazos, pelo negro, seductora. En el vagón apagan las luces y solo queda mirar las luces de una lejanísima casa para estar ahí, los autos y camiones que se deslizan por la ruta compartiendo unos metros y escuchar los rodamientos del tren sobre el acero de los rieles entre otros sonidos de ese ambiente en esa situación que solo será registrado por mis sentidos.
Con el viaje avanzado veo hilos de plata, escucho lo no dicho.
Me dirijo al océano pero antes atravieso la oscuridad del campo ténuemente iluminado por la Luna sin boleto de retorno, ni de ida. No volver eleva.