Aquella que empecé a identificar con el olor a azahar, aquella que esperaba bailando subida en una silla de anea delante de la iglesia del Sagrario, la que empezó a educar mi oido para apreciar las bellas marchas, la de mis recuerdos más tiernos de infancia. La de la ciudad más hermosa del mundo. Gracias.
Aquella Semana Santa era menos multitudinaria, pero con más respeto y devoción. Yo entonces era muy joven. Recuerdo un par de filas de público en las calles. Veía todas al menos dos veces, porque los cortejos eran más cortos y también se podía uno desplazar mas rápido. También menos cofradías.
