Exploración 42: “licantrojugada”: La tarde nuevamente despejada y atemperada con el viento de poniente, invita a retrasarse buscando la noche, que quizá llegue algún minuto antes. Es tarde de fútbol. Llego al barrio alto rozando la hora del partido. El sol todavía baña las azoteas de las casas, pero ya no a las dos rapaces en piedra que vigilan desde los ángulos. Los gatos de momento permanecen en sus guaridas. Desciendo hacia el sendero entre los callejones. Las paredes no rezuman calor diurno gracias al viento. Asomo desde el acceso de las madres. Y hago esta foto a una madre y su cachorro Blanquinegrito. Prosigo por el sendero con un ojo puesto en las granadas, cada vez más grandes. Una pareja de bribones se cruza conmigo. Parecen los dos que han perdido al de la voz insidiosa. Uno susurra al otro, “chivato”. Y es que donde las dan las toman… A ver qué sorpresa me tienen con la papelera… Alguien me viene a adelantar, pudieran ser esos dos. Pero una joven alta y gorda me saluda amablemente, yo respondo timidamente. Acto seguido adelanta su pareja, un joven alto y gordo. Debe ser una mujer aries, que en la tarde de fútbol ha decidido probar a su novio obligándolo a meterse en el sendero. Va por delante y muy decidida, pero se detiene pasada la zona de la entrada de la cueva tapada. Desde allí observa con curiosidad mi ritual de embadurnamiento de garras con asperón. Falta la papelera. Pero no la veo tirada por abajo. Más adelante hay una bolsa negra, que debe ser de ella. Adelanto a los novios, que me miran con curiosidad. La brasileña está tendiendo abajo. Es una mujer de cuidado, con una buena delantera… Busco hacia la zona de la bolsa pero sigo sin ver la papelera. Avanzo hasta la zona boscosa donde muy al final detecto a los bribones. Sucede que la pareja de novios van a verme descender por la zona de escalada invertida hacia el pasillo trasero de las dos iglesias, católica y evangélica. Pero los considero novatos e inocuos. Efectivamente, se han sentado en la parte baja de la baranda. Mientras realizo mi descenso, la mujer aries me interrumpe. “¡Oiga!”. Elevo la vista, y aries me contesta que “tenga usted cuidado, no vaya a caerse”. Como soy un piscis más corto que la manga de un chaleco, contesto igual que al policía, con el “qué va...”. Y prosigo mi descenso con el seguro licantrocalzado blanco. Desde arriba no puede verse el pasillo, al que finalmente me ven descender. Los desperdicios y la cartera medio quemada siguen intactos. Pasé y no vi la papelera, pero detenido y agachado bajo la acacia, la intuición me hizo volver la vista atrás. Justo a la altura en la que desde arriba estaba la bolsa negra. La tiraron con más fuerza, de manera que rebotó y superó el vallado final. Pero antes de precipitarse al abismo y el patio trasero de las iglesias, rebotó en las ramas de un pertinaz eucalipto, quedando la papelera tendida justo al otro lado. Introduciendo las garras entre los agujeros de la valla, pongo la papelera en pie para alcanzarla directamente, sin necesidad de introducirme en el pasillo secreto del gato negro curamisayoc. Coloco la papelera preparada al pie de un eucalipto para cuando vaya a ascender, mientras los novios miran perplejos. No tengo claro que hacer, si hago un poco de tiempo quizá se vayan. Me siento bajo la acacia centinela que custodia el patio trasero de la iglesia católica. Y me aplico una primera capa de yeso antimosquitos. Vuelvo hacia la zona de la papelera. Los novios siguen allí. Como tengo el procedimiento de escalar usando la papelera de bastón, ya no rechistan, y mucho menos tras ver mis pinturas de guerra. Coloco la papelera en pie junto a su soporte ya viciado, y voy a por la bolsa. Tengo una idea. Voy llenando la papelera con un tercio de pesadas piedras, con cuidado de no dejar huecos. Coloco la bolsa encima y con la misma agarro una piedra para que la pille y los bribones no se den cuenta de mi jugada. Aries se ríe, como si se diera cuenta. Como al siguiente bribón se le ocurra tirarla de una patada… … … Y en caso de que se den cuenta se lo van a tener que currar. Piscis puede convertir el sendero en un infierno. Y tiene ideas todavía peores, mientras ellos se creen que ganando batallas van a ganar la guerra. Desciendo nuevamente. A las nueve y media ya estoy tumbado y con la capa definitiva de yeso. Mis oraciones son seguidas desde las mezquitas a y treinta y cinco. Un murciélago no se reprime y sale mientras se retiran los últimos vencejos en lo alto. Hay gol de España a menos veinte, y una bandada de gaviotas se une al festejo, mientras se suceden los purpúreos celestiales transmutadores. Conforme oscurece se incrementa el número de insectos que quieren picarme en vano. Una mariposa se posa en una rama. El petirrojo también se deja ver, ambos diminutos. El manto negro de la noche me va llenando de tiranía. Esta vez no hay criaturas extrañas que agiten las hojas, ni aullidos. Emerjo a las diez. Compruebo la retaguardia. Desciendo hacia el trono de la licántropa. Por arriba creo oir una voz femenina. Asciendo sin complicaciones, con lluvia el agarre será igual de bueno. A pleno monte a oscuras. Un leve aullido. La voz femenina que oigo más fuerte, como si me hubiera delatado al llegar al macizo idílico. Y la escalada final llegando al sendero. Cantan otro gol de España, son las diez y diez. Los bribones dan orden de apartarse para dejar paso. No hay más en adelante. Han iluminado desde arriba lo que debe ser un patio de la vecindad. Se adivina una ducha, deben tener una piscina. Un murciélago revolotea alrededor de la farola. Asciendo en escalada hacia el solitario Fuerte primigenio. En la noche cálida este viento se agradece ampliamente. Otros goles y acciones se festejaron a mi paso por el barrio alto, donde los gatos negros parecen seguir bastante activos. Casi olvidaba a Blanquinegro, que me estuvo mirando desde lo alto de la entrada tapada de la cueva. Primero con curiosidad, después con la desconfianza que le inspira lo sobrenatural. Ya imagino la satisfacción y ojos saltones del gato negro curamisayoc cuando el grito del bribón al patear con furia a la papelera, resuene en todo el sendero.
Exploración 41: “tito armero”: La semana arrancó con algo de levante, nubes, olas, pero el viento de poniente lo ha ido barriendo para dejar un despejado pleno. Suerte que el viento es levemente nortado y no es sofocante, e igualmente barre la insolación en las cuestas que va recibiendo el ciclista. Encontré nuevo licantrocalzado, esta vez blanco. Alguien en cierta zona abandona zapatones de deporte, cada vez con más dedos de espuma. Este tiene cuatro y parece estar fabricado en China. Sobre todo difiere en el otro con la suela, esta es mucho más dentada. Ahora hay que probarlo todo. El viento que desciende del barrio alto es consistente y no sofocante. La ventana de la casa de la jovencita vuelve a estar cerrada a cal y canto, de manera que igual se ha ido una temporada. Las dos rapaces en piedra que custodian las zonas angulares de la casa en lo alto, siguen recordando que eres vigilado. Los tres árboles de la diminuta plaza de la libertad ya casi han perdido sus pompones, pero siguen verdes. El gato naranja de pelo desgastado por interminables siestas solares en el sendero, ha optado esta vez por quedarse comodamente junto a la puerta de la casa donde le dan comida, y que ahora está a la sombra. Sigue la estrategia de Blanquinegro de estirar las patas para refrescarse al máximo, y tiene el rostro sonriente y vuelto al cielo, su sueño es muy profundo porque cree tener su sustento garantizado. Desciendo entre callejones. Me cruzo con el gato negro del barrio, que lleva un collar azul, sale de la calle Arbucias… De una puerta entreabierta rebosa una música infantil. Un niño sentado de frente al respaldo de una silla, con la cabeza colgando en trance, apura sus últimos momentos de siesta. La anciana del barrio que sentada desde una silla en la puerta de su casa suele lanzarme miradas, está sacando ahora a un diminuto perro con correa extensible. Tanta espuma hace este calzado muy silencioso. Pero el perrito me detecta por el olfato y hace ademán de delatarme, cuando ya huyo descendiendo por el callejón con escalera. Los zapatos son tan grandes que debo cuidar no chocar con el talón en la pared trasera del escalón. Los eucaliptos rezuman sus olores. Detecto al primer gato desde lo alto de la escalera por la que voy a descender al sendero, desde la calle de las madres. Siseo al misterioso gato oscuro, para ponerlo en alerta. Vuelve su rostro, con los ojos blancos y la cruz en la frente, de manera que me deja petrificado. Permanecemos así un largo instante, hasta que me decido a bajar al sendero. Otra gata la Tres Pelos, se le acerca. Hay una bolsa cerca con desperdicios y olores interesantes. Ambas inician la retirada cuesta arriba, hacia la casita de la licántropa, mientras yo avanzo sinuosa y muy lentamente. Parece que han limpiado el sendero. La gata negra de la cruz blanca en la frente se esconde bajo el granado. Tres Pelos sigue adelante y sube a la calle Vista Hermosa a la altura de la cueva tapada, donde me agacho a embadurnarme las garras con asperón de la cueva tapada. Las papeleras siguen intactas, es decir, tiradas. Los tres bribones de la pandilla del de la voz insidiosa están ausentes, pero han tirado la papelera hacia abajo. No importa, la recogeré más tarde. Sigo pasando revista. No hay más abarruntos, veo bribones a lo lejos, como siempre. De manera que me vuelvo atrás, a la escalada invertida que me lleva al pasillo trasero de las iglesias católica y evangélica. La de la brasileña, la mujer del cura… Por aquí no han limpiado, tan solo han hecho limpieza superficial por la zona del sendero. De manera que la cartera rosa semiquemada sigue en el mismo sitio. No me molesto en tocarla, tengo la foto archivada. Esta semana vi a una niña parecida por la calle… Se cruzó conmigo por la acera de enfrente de mi casa, y me miró… Parece ser que al fin, el cura ha cerrado la persiana de la vidriera del patio trasero de la iglesia católica. Entre el espacio bajo la acacia centinela y el trono de la licántropa, creo escuchar voces fantasmales de bribones que desde lo alto dicen “...tito, tito...” Se deben estar riendo. Pero yo ya tengo la papelera preparada para mi ascenso. Vuelvo tras comprobar el orden, y uso la papelera como aprendí la vez anterior, como bastón en mi escalada. Además, tengo la ayuda extra del licantrocalzado blanco. Ya que resulta que entre sus grandes muescas se encajan los hierros de la valla. Por tanto el agarre es excelente. Me entretengo en averiguar los por qués del enviciamiento de la papelera y su tendencia a desprenderse de su soporte… Prosigo en dirección a la zona de los bribones. Miro hacia la zona de donde venía el sonido, pero no veo nada. Aunque están allí, en lo alto junto a la puerta del patio vecinal de arriba. Delatados por una nube de humo. Han sustituido el cigarro por la compañía del de la voz insidiosa, esta vez son solo dos. Da igual las veces que tiren la papelera, la recolocaré todas las veces. Es una guerra ganada con todas las batallas perdidas. Así que el objetivo es sobrevivir. Más adelante, los bribones han activado música de fondo desde un teléfono móvil. Y entre unos y otros están intentando crear “el rap del sendero”. Lo que pasa es que lo denominan “barranco”, y así solo se les ocurrirá algo de “manco”… Una deposición grande de perro y unas lanas del mismo, delatan el cepillado de su dueño, el de las gafas oscuras de fascineroso. Las obras de reparación acabaron. Asciendo en escalada hacia el Fuerte primigenio. El agarre en tierra también es bueno. El viento en la cima del barrio de la Victoria es refrescante. Quizá lo disfrute todavía más mañana, en la noche. Se me hace tarde para llegar a por la merienda. Ya habían cerrado la puerta de la iglesia, pero un individuo solitario con aspecto de loco, muy delgado, parecía acosar a una mujer que pasaba, cabizbaja. Después me enfiló. Era muy rubio, como si fuera un alemán bajito. Creí que estaba ciego o casi ciego, porque sus ojos eran de un celeste casi blanco. Le encaré con descaro, y a pesar de sus balbuceos descontrolados se hizo a un lado, e intentando saludar me llamó o denominó “armero”. De manera que mientras enfilaba la confitería, resolví el enigma. Siempre llevo los bolsillos sobrecargados, y se meten conmigo diciendo que llevo bombachos. Pero esta vez es extremo, porque he pasado antes por el bazar chino. Y he conseguido meter una vela dorada para encenderla los viernes, unos auriculares nuevos, y un bote de aceite lubricante. Entre eso y el licantrocalzado, monstruoso. Pero la merienda, deliciosa, y el doble escalón de mármol, enteramente a mi disposición.
I saw Cryptopsy ,Vader and Gorguts in 1998 at a little place in Massachusetts and it was one of the best metal shows ever. The venue had a stage upstairs and a reggae band was playing. Those guys were coming to the basement to see some of the metal show and every one of them was like What the fuck am I seeing. Great times.
