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Exploración 62: “Resaca de Feria: Gris Uniforme vs Gris Tigrada Patiblanca” ru-vid.com/video/%D0%B2%D0%B8%D0%B4%D0%B5%D0%BE-cTBvPt_R5IY.html Unas brisas minimamente frescas surgieron en la semana. El nivel sobre la bicicleta mejoró. Hubo otro día algo lluvioso. Hoy me encontré la tarde totalmente nublada. Y la temperatura era casi la otoñal. Salgo en buen tono físico del periplo leonino. Y lo necesito, porque en las últimas rampas del acantilado se levantó todo el viento de poniente que había faltado en el verano. La vorágine empujaba a la bicicleta como nunca, y se levantaron pequeños tornados de polvo. Toda la ciudad del valle hacia abajo parecía sumida en una tormenta del desierto. Pero gracias a las temperaturas mantuve el ritmo alto sin quejarme. Es por lo tanto una tarde nublada agradable para el paseo. Además, la nubosidad no es tan abundante por el horizonte donde al final intenta colarse el sol, clareando un poco. Poco más hay que comentar de la Feria, como siempre dura hasta mañana. Los padres alegan la obligación de ir por el tema de los niños. Pasé la ITV milagrosamente. Y me invadió la soñarrera… La ventana de la casa de la jovencita en la entrada del barrio alto está totalmente abierta. Las dos rapaces en piedra sobre las esquinas angulares de la casa más alta que les hace de atalaya, mantienen su celo. Los árboles de hoja caduca de la diminuta plaza de la libertad, agitan con fuerza sus vainas como si anunciasen la llegada del otoño. Incluso en la calle ascendente de los naranjos, los silencios parecen arrastrados por las ráfagas de viento. Resisto sin sudar. Desciendo entre los primeros callejones angostos. Las jóvenes ya salen nuevamente en dirección a la Feria, todo lo ligeras de ropa que pueden y alienadas en todo momento por el teléfono móvil. El trabajo de arreglo de tuberías en la calle del cadete ha quedado perfecto. Un niño se despereza sentado en una puerta… Mis pensamientos cambian al descender a la calle de las madres y dirigir la vista hacia la casita de la licántropa y los primeros conatos arborescentes a su alrededor. Aquí comienzan las cosas verdaderamente serias, las que has venido contar. Los Evangelios están demasiado saturados de seres humanos. Ya diviso algunos gatos por el tejado de abajo. Se trata del Blanquinegro del jurel y una Tres Pelos, les saco una foto. Oigo voces que vienen por detrás, descendiendo de la calle. Me hago el remolón y dejo que me adelanten. Son dos jóvenes, la gorda y corpulenta va abriendo paso, sofocada. Pudieran estar buscando a un hermano, algún bribón… La higuera me extiende sus numerosas y olorosas manos, pero está nublado y no huele tanto. Alguien ha dado cuenta finalmente del resto del racimito de la parra. Pero con gran meticulosidad detecto una ramita con tan solo tres uvas. Tomo la más grande. Estoy contento con mi golosina. Penetro bajo la arboleda de eucaliptos. Los bribones han levantado a peso la valla metálica y la han tirado por la pendiente, hacia el pasillo de la muerte donde aguardan las papeleras difíciles de rescatar. Para perjuicio imagino del que tenga que venir a poner orden aunque sea anualmente, en estas cosas. ¿Qué tengo que decir sobre “la esperanza en los demás”? En ese Club dejé al marinero haciendo caricias a los niños con los conserjes haciendo la paripé de llamarle la atención. Los padres, como alertase tiempo atrás la camarera, los seguían dejando por allí, tienen hijos de sobra y saben hacerse las víctimas, sepulcros bien blanqueados… Pienso como quien dice que las cosas cambiarán mucho y a bien. Pero mis esperanzas son para ellos mismos, no para la generación actual, la de los dibujitos malos. Ya que a estos niños del Club y a otros similares, una vez pasados por la piedra no les hará tanta gracia el modelo cainita y los malos instintos imperantes. Institucionalizados e inculcadores. No tengo por lo tanto esperanza en esos padres, en estos bribones cuyos insultos me permite captar mi agudizado atavismo. Tampoco puedo “preperdonar” a quienes llegan con un plan premeditado para hacer daño, por ejemplo a la tienda. Son antiguos conocidos de mis padres. E imagino que la del pelo morado, también. Cuando te ven solo te abordan hasta en la salida en la ducha de la playa. Si me dejo hacer daño se lo hago a mis padres y a mi gata. Se sorprenden cuando a “las segundas”, les ignoro por completo o niego el trato comercial. Después siempre me entero de algo. Además, por cargar contra ti son capaces de hacerlo a Dios, a quien tienen enemistad declarada… En la zona donde debo agacharme a embadurnar las manos, con asperón de la entrada de la cueva, aguarda el gato negro curamisayoc, con ojos muy abiertos como si estuviera escudriñando mis pensamientos. Intenta atrapar moscas con la boca. Junto a otros insectos, pican como enloquecidos por la lluvia. No paro de apartármelos. Por más que siseo a Blanquinegro, que duerme su siesta al otro lado del paso secreto del gato negro, no me hace caso. Está la mar de a gusto y sabe por la hora de quién se trata. No hay bribones en adelante, solo mosquitos. Puedo descender a pleno monte hasta el macizo idílico. La pelea con los mosquitos es constante, algunos son atrapados, otros protestan zumbando, incluso consiguen meterse bajo la camiseta hasta los hombros. El duendecillo de la licántropa sigue al pie de su árbol. Mis pasos son muy lentos hacia el trono de la licántropa, porque no paro de espantar mosquitos… Hubo novedad, e importante en dicho trono. El vestido púrpura estaba movido. Solo estaba cogido con una piedra. Pero lo más extraño, totalmente limpio. Lo único que se me ocurrió pensar es que se lo puso y lo limpió, o lo usó tras limpiarlo. Avancé hasta colocarme en el círculo de la excelencia donde me señala el eucalipto. Y con más atavismo, me la imaginé poniéndose el vestido en la noche de lluvia. Es un tema delicado. Si se le rompe la ropa no puede regresar desnuda a casa. La cartera que hay aquí es similar a la otra… Vienen bribones por el sendero. Asciendo presuroso bajo la acacia, esperando a que pasen por arriba sin ser advertido. El gato Gris Uniforme está al otro lado de la valla. Se detiene igualmente, para pasar inadvertido. Le hago una foto, pero no se lo toma muy bien. Y al dar unos pasos prudentes para alejarse, se detiene subitamente. Se agacha y pone en guardia de un peligro que hay en el pasillo secreto. Los dos estamos en alerta… Se oye un aullido de baja intensidad, pero espeluznante. Ahora veo a la gata perfectamente camuflada al pie de un árbol. Recuerdo una noche, pasando por allí mismo, que descubrí que era una guardería. El gato se gira asustado y yo hago lo mismo. Poco después lo veo delante mía, descendiendo por el círculo. Atravesó el vallado. Acelera para dejarme rezagado. Y sube por el caminillo de cabras, como lo haría un humano… Me pregunto si yo tendría tanta suerte con la licántropa. No tengo un curso de agua que atravesar para ponerme a salvo. Pero sé cómo llegar hasta la iglesia y refugiarme como lo hace el gato negro… Llego al sendero como una bestia, a pleno monte, con un poco de sudor y muy picado. Ni un solo bribón. Han dejado tirada una camiseta negra que alude a las Islas Chafarinas. A pesar de la risa reconozco que no debe ser casualidad. Tras ascender en escalada, antes de hacerlo al barrio de la Victoria y su Fuerte primigenio, disfruto del aire fresco. Veo las luces de los elementos feriales. La llamada a la oración desde las mezquitas ya es a las ocho y media. El barco que viene de Motril ha ralentizado esperando la llegada del Práctico. Los feligreses van abandonando la iglesia, me fijo en ellos. Ancianos, acompañados de algún niño los que van solos. Tengo la confitería cerrada, no importa, voy a la tiendecilla del barrio. La dependienta debe ser la hija de la de la chilaba. Atiende igual, llamándote “vecino”. Cae la noche, sentado en el escalón las meriendas se confunden con la cena. Es sumamente agradable. Los vecinos me saludan con el “salam”. El que aparca el coche, los tres ancianos que deben regresar de alguna mezquita… Por la acera de enfrente desciende la rubia delgada, fumando, resistiendo el tirón final como una campeona olímpica de la miseria… El sendero revela un combate. No miente. Se oye un aullido de baja intensidad, pero espeluznante.
If you don't mind me asking. How long have you been playing guitar? and what type of routines or habits at practice made you so good? There's got to be something, I'm doing wrong! By the way. It is very unique to see a girl playing some Nile.
