Una cuestión muy discutida social y lingüísticamente durante las últimas décadas es cómo se ha de formar el femenino de los nombres de profesión. La razón es evidente: las mujeres han ido accediendo a profesiones que antes les estaban vedadas. Es verdad que todavía nos falta mucho para alcanzar la igualdad, pero cada vez van siendo menos los ámbitos laborales que se mantienen como reductos masculinos.
Esto nos ha obligado a hacer un trabajo lingüístico acelerado: hemos tenido que incorporar cientos de formas femeninas para hablar de esta nueva (y deseable) realidad. Los cambios han afectado sobre todo a las denominaciones de profesiones cualificadas y cargos públicos: hasta hace poco, una mujer no podía ejercer como juez, no podía presidir un Gobierno, no le permitían cursar estudios de ingeniería y tampoco ingresar en el ejército. Una vez que desaparece esta discriminación, hay que acuñar los femeninos correspondientes.
La adopción de los nuevos femeninos suele estar rodeada de polémica, pero eso ya es un problema que va más allá de la lingüística y que se adentra en el terreno de lo social e, incluso, de lo político.
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25 мар 2020
