Para mí, varios: aunque tarde muchas horas, no tienes más que meter los ingredientes en la olla y te olvidas. El consumo eléctrico, a pesar del tiempo, es mucho menor que el que te supondría hacer el mismo plato en una vitrocerámica o en un una inducción. Y, sobre todo, que el punto de cocción que aporta la olla lenta es increíble. Hace maravillas con las legumbres, con los guisos, con las carnes “de tercera”… En fin, a mí no me puede tener más enamorada…
